COLUMNISTA INVITADO | Un lago de Michoacán en riesgo y el recuerdo de la escritora María Luisa Puga

09/06/2018 - 12:03 am

En junio de 2014 mi esposo y yo adquirimos la casa que perteneciera a la escritora María Luisa Puga y a su compañero Isaac Levín. Después de un año en que nos rechazaron un sinnúmero de solicitudes de préstamo, finalmente pudimos pagarle a Isaac, quien a esas alturas se encontraba en fase terminal de cáncer. Cuando lo conocimos, él nos dijo que la había estado vendiendo durante seis años, pero supongo que dudaba. En cierta forma nos eligió para quedarnos y nosotros elegimos también hacerlo.

Por Yolanda Alonso

Ciudad de México, 9 de junio (SinEmbargo).- Lo hicimos después de un año de visitar el lugar y nos decidimos cuando llegaron unos compradores que pretendían comenzar talando el bosque. El agente inmobiliario les dijo: “aquí vivían unos escritores, cada quien de un lado de la casa y se veían para comer, gente muy rara” y todos rieron de buena gana. Entonces le dije a Julio, mi esposo, no sé cómo, pero hagámoslo.

Desde la fecha de la compra hasta ahora han pasado varias cosas, por principio, Isaac Levín murió (1936-2014), Siglo XXI reeditó cuatro novelas de María Luisa Puga (1944-2004) y aparecieron dos publicaciones más, una de ensayos acerca de la obra y otra que reúne testimonios de quieres fueron cercanos a la pareja. Por nuestra cuenta hemos emprendido la tarea de ir poco a poco restaurando el espacio e irlo convirtiendo en algo propio.

María Luisa Puga. El FCE ha publicado cuatro novelas de ella. Foto: Especial

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Retorno a Zirahuén, ¿qué número de viaje nos hará más familiares con el lugar? Hará que la dueña de la fonda Romeo y Julieta, a donde vamos a comer todos los días y pedimos invariablemente un chile relleno, un filete de pescado, una cerveza y un refresco, se acuerde de nosotros y diga: “son los que se quedaron con la casa de la señora que estaba malita, ¿te acuerdas? La que andaba en su silla de ruedas. Son de Zacatecas, dicen que está lejos de aquí, vienen cada vacaciones. Tienen dos muchachitas y ahora un chamaco”.

Y no: el trato indiferente que se le da a todo aquel que sigue el camino de piedra de Santa Clara hasta Páztcuaro y que solo se detiene a comer una quesadilla. “¡Que bonito!”, suspiran cuando ven el lago y esa primera impresión se desvanece pronto. Vamos todos los días y la respuesta de la dueña es siempre la misma: “ándele, sí, adiós”.

Cuando Julio habló con ella y le contó nuestra historia, yo temí, quizás porque hasta la última vuelta prefería el anonimato, quería conservar el hálito de fuereña hasta donde fuera posible. Él dijo que era importante que la gente nos fuera conociendo, sin embargo, pasan tantos meses hasta nuestra próxima vuelta que llegamos siempre como al principio. La casa nos recibe en tinieblas, con un aire contaminado y así pasamos las primeras dos noches, hasta que nos da por limpiar y cuando finalmente nos instalamos, ya estamos a punto de irnos.

En la noche temo el asedio de un intruso, ¿Qué hacemos en un caso así? Llamamos a la vecina y le decimos que suelte a su perro. La mayoría de nuestros amigos admiten que les daría miedo quedarse solos en medio de un bosque, enfrente de un lago. A mí también, pero debo acostumbrarme, porque es nuestra casa y en casa, uno debe sentirse seguro.

Despierto muy temprano pero sin iniciativa, me quedo debajo de las cobijas, atenta de escuchar la marcha de los jornaleros a las plantaciones de aguacate, eso sucede como a las cuatro de la mañana. Siempre pienso, esta es la hora en que María Luisa se levanta y se pone a escribir. Ni siquiera lo intento.

Se lo dije a Julio, no es que pretenda imitarla, no quiero que viva a través de mí ni yo de ella, quiero que convivamos. Personas y obras sobrevivieron a su muerte, es un punto que rehuyó y trato de no pensar. Yo tan solo tengo este pedazo de bosque que pretendo apropiarme, un lugar en el cual, Julio y yo, imaginamos compartir con nuestra familia.

Queremos respetar la memoria de quienes crearon este espacio, me gusta recordar que vivimos en la invención de alguien más, ya que cuando Isaac vio el lago de Zirahuén por primera vez, busco un cerrito y desde ahí dijo, “aquí voy a construir mi casa”, que es el lugar donde estamos. Pero también queremos que sea nuestro. Para mí es un espacio idílico e íntimo, claro que en la realidad no es así, menos cuando toca hacer limpieza y sentir el peso de la noche. No se trata de un museo, este no es un lugar acabado, lo seguimos construyendo. Por principio de cuentas, hemos comenzado a pintar el interior de la casa.

Yolanda Alonso. Foto: Facebook

Yolanda Alonso (1986) Escritora y editora. Es autora del libro Postales a casa, ha colaborado por la revistas Cuartoscuro y Alforja. Fue jefa del departamento editorial del Instituto Zacatecano de Cultura y coordinadora editorial del suplemento cultural La soldadera. Actualmente es editora de Policromía Servicios Editoriales.

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